«Si pudiera elegir, me reencarnaría en libro de la biblioteca pública, para que las chicas pasaran su dedo corazón por las páginas. Húmedo de saliva u otras correrías. Por páginas que contaran pasiones de picar espuelas en espaldas desnudas. Luciría con orgullo mi lomo gastado por el uso. No lo niego, quisiera ser estrella en la sección de préstamo. Un clásico moderno nórdico que hablara de muchachas y bidones de gasolina, para dormir entreabierto sobre su almohada y luego caer rodando bajo su cama, inflamado de pasión y de letra impresa, borracho de garamond y tinta. Sabiendo ser suyo entero hasta que venza el plazo. Y luego ser de otra, y de otra, y de otra, hasta acabar vegetando en los corridos anaqueles, donde van a morir los más vendidos, o en el mejor de los casos, robado por alguna que nunca me devuelva».
Rubén Figaredo